O Reboliço sabe: é da natureza dos bichos gatinos e caninos viverem, em regra, menos tempo que os bichos humanos. O mundo todo sabe isso. Mas não entra no coração dos humanos ver viajar os outros seres para as dimensões insensíveis. A Misha já viu seguirem duas boas amigas: quando se foi a Sasha, conseguiu alinhavar o texto que a Em Cena publicou, com desenho de Bruno Silva (consegue ler-se nas três imagens, em baixo). Agora, que abalou a Pelota, foi o Isaïes quem falou.
NO ERA SÓLO UN GATO, ERA PELOTA
Cuando nos deja algún animal con el que hemos compartido parte de nuestra vida, a veces escuchamos a gente que, quizá con buena intención, suelta comentarios tipo "pero si sólo era un gato", "mejor eso que si se hubiera muerto un familiar", o "menos problemas". Bueno, este tipo de frases son de una crueldad extrema. Pelota no era "sólo un gato". Tenía un nombre propio y una manera de ser. Era una entidad completa, única y maravillosa con la que he tenido la suerte de convivir durante más de catorce años y que ha dejado una huella indeleble en mi vida, alguien que estuvo a mi lado de manera incondicional cuando pasé por una depresión; que subía al sofá, a la cama, allá donde estuviera para darme cariño, para ronronear a mi lado y decirme que ella estaba allí, que todo estaba bien; un ser que venía a buscarme cuando yo escribía en el despacho y me tocaba el brazo con una patita para que le acariciara la cabeza (y juro que, al hacerlo, su mueca parecía la de una sonrisa). Alguien con quien compartí yogures (le volvían loca), quilómetros de viajes al Empordà o al Delta del Ebro cuando era más pequeñita, libros, películas, cada uno disfrutando a su manera (ella, por ejemplo, ronroneaba muy fuerte cuando le leía libros o poemas en voz alta). Alguien que dependió de mí cuando llegó a casa, un cachorrito de pocos meses, y que dependió de mí estas últimas semanas, cuando tuve que alimentarla manualmente, seis veces al día, a la espera de que volviera a comer por su cuenta. Por quien tuve que cancelar viajes y alterar planes, y lo volvería a hacer una y mil veces porque cuando Pelota venía donde yo estaba, me miraba de esa manera tan suya, con los ojos entrecerrados, y se ponía a ronronear, me estaba regalando algo bellísimo e incondicional: la confianza, el cariño más absoluto. Y nunca, nunca dejó de hacerlo. ¡Cuánta gratitud y cuánta constancia había en el amor de mi gata! Por supuesto que se me ha muerto un familiar, no me da vergüenza admitirlo, aunque este familiar sea felino, y no pienso mitigar mi dolor porque Pelota no fuera humana. Me va a costar tiempo y muchas lágrimas acostumbrarme a no volverla a ver nunca más. A incorporarla como parte viva de mí y de mi historia sin que duela. Mi querido Jaime escribió, en unas páginas inolvidables sobre la muerte de su compañero felino Mr. O'Donnell: "los gatos son, quizás, entidades demasiado metafísicas como para necesitar creer en la idea de un más allá"*. Pelota era en sí misma un principio y un fin, era la vida entera y fue también su punto final. Se durmió con la cabecita apoyada en la palma de mi mano, sin sufrir. Diciéndome, como siempre, que todo estaba bien. Diciéndome gracias, diciéndome hasta siempre. Y sin ella mi vida ya no volverá a ser la misma. La foto es una de las últimas que tomé de Misha y Pelota juntas. Pelo, que se sabía cuidada y protegida, es la que sonríe. Y Misha mira como me está observando justo ahora que escribo esto: como diciéndome "no te preocupes, yo todavía estoy aquí, yo sigo contigo, como siempre".
*Jaime Manrique, Latin Moon in Manhattan